Fernando de la Rosa

Mati Moreno es artista desde la niñez, ánima jovial que hasta ahora, en plena madurez, sigue iluminada por el relato de cuentos sin fin, tocada por la varita de virtud, que según su padre, transformaba la realidad con la magia de la imaginación. Tal vez sean por eso sus preferidos el grabado y la técnica del collage. En el primero se conjuga la certeza de la huella (la herida) con el misterio de su imagen especular. En el segundo se celebra el mestizaje de las relaciones poéticas.

En su muestra “Arte en bandeja” en la Sala Ibn al Jatib, nos ofrece su mejor obra sobre papel, en la que juega con elegancia, gracia y limpieza formal, con el papel recortado y pegado en torno a una forma cerrada, tal que una bandeja pastelera de cartón blanco, a la que somete a cortes y reconstrucciones, desdoblamientos y multiplicaciones, explorando las posibilidades de contenerse a sí misma, de mirarse y repensarse, de abrirse al espacio de fuera. “El objeto no es su función”, he ahí el subtítulo que con intención de evitar una vanalización de su juego, nos invita a profundizar en el hecho creativo. De muchas formas, también la bandeja es otras cosas; un contenedor, una celda, un lugar en el que la expresión de lo humano no es sino una pantomima, una danza de lo casual, el signo de nuestra frágil figura, de lo simulado y artificioso de nuestra comunicación.
Sin embargo, todas estas relaciones se desarrollan en un espacio nítido, de lectura clara, profundo y contundente, dispuesto el negro sobre el blanco, o su negativo, con la serenidad y el orden de una mente para la que el caos, a pesar de la intervención del azar, no parece tener efecto; una mente que tiende sus gestos al sol blanco del papel. Mati Moreno es de mirada limpia y delicadas insinuaciones y tiene unas manos capaces de dejar escapar sutilezas orientales, frágiles ritmos y equilibrios, a la vez que puede atrapar con ellas la levedad de un rojo que acaba de posarse. A veces, la tinta ausente viene a escribir trazos de remotas palabras que están por escribirse. Tal vez no sean palabras sino hilos de pensamiento. A veces, en apariciones mágicas, el papel de seda impregna un deseo o el recuerdo de un dolor, tan intensos lo uno como lo otro, en armonía con sus propias claves del orden.

A la luz de los oscuros espacios que abrigan sus collages, indaga, como sugiere Guillermo Busutil, “en el orden imperfecto y en el espacio del silencio, entendido como espacio de meditación en el que mudar la piel”. Dejándonos llevar por el lirismo que sin duda embarga algunas de sus composiciones, puede oírse el eco límpido de los espacios, surcados a veces por líneas de frágil cuerpo pero decidido curso; alumbrados por el color y las formas sencillas, abducidos ambos por un remoto anhelo de pureza.

Estuvo Mati en el aula explicando su proceso creativo. Y a los chicos y chicas les hablaba de lo interesante de poder tener opciones, de multiplicar las posibilidades creativas desde el punto de partida. Y de la ventaja de tener siempre recursos de lenguaje, de enriquecer nuestro potencial expresivo. Y todo ello simplemente evitando perder nuestra capacidad de jugar; jugar con la casualidad, con el azar, dejando intervenir a la suerte. Bonita propuesta de trabajo que dejó sobre la mesa del aula de dibujo: recortar una figura —un pequeño títere de papel— y construir luego con los fragmentos que se desprenden de la figura, es decir, los fragmentos que no son figura. Con ellos, habían de componer los adolescentes, blanco sobre negro, una figura que de alguna forma representara una expresión, o una actitud humana, a la manera en que Mati lo hace en su obra “inventario de tipos humanos”, donde juega con la fragmentación y la reconstrucción de su propia obra gráfica. Sencillo, ¿no? pues eso, claridad de ideas, pero dejando abierto todo un campo de posibilidades en la intención y la elaboración. Así funciona el lenguaje: muy pocos elementos con infinitas combinaciones, y con la promesa de encontrarse con la belleza, que no es poco.
Mati encuentra belleza en los trozos de algo roto, descompone el objeto, busca en el interior. Recomponiendo descubre nuevas relaciones y devuelve a los fragmentos, según ella misma, la dignidad, lo que la hace considerar a éste un acto de gran valor: te recompones, te reinventas y creas algo distinto a partir de lo fragmentado, a partir de tus cenizas en muchas ocasiones”. Propone pues, que nos apartemos de una mirada única desde nuestra posición, en muchas ocasiones inamovible, y miremos la realidad desde fuera de nuestros propios esquemas mentales, para poder conectar con el otro. Quiere la artista que sintamos que somos nosotros los dueños de nuestros procesos de análisis y de reinvención constante; que creamos firmemente en la realidad de ser muchos en uno solo. Y que, con un poco más de belleza, nos atrevamos a jugar con las posibilidades que podemos ofrecernos a nosotros mismos.

Fernando de la Rosa. 2018.